25.000:1

pic1Hay una larga historia de investigaciones antropológicas y sociológicas sobre el dinero. Las teorías de Marx, Weber y Simmel, por ejemplo, conciben al dinero como parte de la transición al mundo moderno. Si para Marx, el dinero refleja todas las contradicciones de la mercancía y de esta manera las contracciones del capitalismo industrial, para Simmel juega un papel importante en el marco de su investigación sobre la modernidad, y su particular combinación de individualismo y libertad. El dinero es, según el amigo de Simmel Karl Joël, un tipo de estetoscopio con el que Simmel podía diferenciar “el tono más íntimo de la vida moderna del barboteo del vasto mercado.” Su Filosofía del Dinero, dice Joël es “una filosofía de los tiempos” (Frisby 2004: 8-9). En esta historia cuasi-mítica, el dinero—como una medida cuantitativa, universal e internamente uniforme—permite la “confraternización de imposibilidades” (como dice Marx) y la anulación de la diferencia cualitativa. Es tanto un signo como un catalizador de una modernidad supuestamente marcada por formas de pensar y calcular impersonales, racionales, e instrumentales.

A mediados del siglo 20, los antropólogos contaban una historia similar sobre la interacción de monedas locales “primitivas” y el dinero colonial. La famosa descripción de Paul Bohannan de la “economía multicéntrica” de los Tiv ofrece en ejemplo paradigmático. Según Bohannan, en la economía pre-colonial de los Tiv, diferentes categorías de bienes circulaban dentro de distintas “esferas de intercambio” (las cuales incluían artículos de subsistencia, artículos de prestigio como ganado o barras de latón, y derechos sobre personas). No había, dice Bohannan, un “denominador compartido entre todas las esferas” hasta que la administración colonial británica empezó a pedir el pago de los impuestos en monedas (1959: 500). El dinero colonial, al cual Bohannan llamaba una “moneda de propósito general”, reemplazaba y desplazaba así las medias y estándares de costumbre de cada esfera. Aunque las conversiones entre las diferentes esferas también implicaban conversiones morales, el uso del dinero colonial permitía intercambios ilícitos y por eso una manera de eludir distinciones tradicionales de estatus. La moneda de propósito general, escribe Bohannan, “estandariza el valor de intercambio de cada artículo a una escala general” (1959: 500). El dinero “crea su propia revolución” (1959: 503).

El poder específico del dinero deriva de su capacidad de establecer la equivalencia abstracta de cosas concretas a través del cálculo cuantitativo. Según David Graeber (2001), el dinero tiene una capacidad especial de señalar la potencialidad, simplemente porque en teoría se puede cambiar por cualquier otra cosa. De hecho, la “cualidad característica” del dinero, como dice Martin Holbraad (2005: 232), es su cantidad, su forma “como un conjunto plural de partículas o, uno podría decir, su multiplicidad.” “La perspectiva cuantitativa,” dice Holbraad (2005: 243), “considera el dinero, con sus denominaciones digitales, como transcendental con respecto a los objetos de valor que mide.”

Investigaciones más recientes hacen más compleja esta narrativa. Jane Guyer (2004) y otros (por ejemplo, Robbins and Akin 1999) han demostrado que las diversas ecologías monetarias no han desaparecido en presencia de las monedas coloniales y las monedas fuertes como el dólar. Al ampliar el trabajo histórico sobre la larga experiencia de algunas sociedades con sistemas de múltiples monedas y redes de intercambio regional y global—los cuales preexistían y después coexistían con economías coloniales—Guyer (2011: 1) dirige nuestra atención hacia las “fronteras” sociales entre “las diferentes comunidades,” “los umbrales conceptuales e institucionales entre las distintas capacidades de las diferentes monedas,” y “los desplazamientos históricos” cuando “se hacen evidentes las combinaciones de atributos y se someten a reconfiguración deliberada.” Guyer sugiere que la “interface monetaria” entre las monedas “débiles” y las “fuertes” como el dólar estadounidense serán un tema importante de investigación.

Además, Guyer y Holbraad (y también Maurer 2006) cuestionan especialmente el vínculo entre la cantidad y la lógica abstracta de cálculo que presuntamente define la sociedad moderna del mercado. Guyer (2004) sostiene que existen varias escalas de comparación y no todas son numéricas: aparte de escalas ratio, hay escalas ordinales, nominales, etc. Holbraad (2005) en cambio señala que hay una distinción entre el dinero como tecnología de cálculo o comparación abstracta y el dinero como una herramienta de gasto. Quiere resaltar la multiplicidad material de la moneda sin reafirmar la idea que la cantidad implica necesariamente la abstracción. Pregunta, “¿cómo parece la cantidad cuando no se ve como un denominador abstracto” (232)? Aquí presento un caso en el cual la cantidad no funciona para establecer equivalencia sino para marcar el límite del cálculo.

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Desde hace cinco años he investigado un ejemplo particular de la interface descrita por Guyer entre las monedas fuertes y débiles: la dolarización oficial de la economía ecuatoriana. La mayoría de los Estados usan el dólar estadounidense como moneda de reserva y para la gente de todo el mundo el dólar es tanto una reserva o estándar de valor como un medio diario de intercambio o pago. Ecuador es uno de los países donde el dólar es la moneda de curso legal, y ha sido la moneda oficial desde el año 2000. Durante los primeros días de enero de ese año, se adoptó el dólar unilateralmente a la expectativa de frenar una crisis bancaria, la cual ya había dado lugar a la desaparición de algunas de las más grandes instituciones financieras del país, la devaluación dramática del sucre (la moneda ecuatoriana anterior), la inflación de los precios y una pérdida inmensa de ahorros y pensiones de los ecuatorianos. La crisis también provocó una serie de acciones frecuentemente imprevistas por parte del gobierno—la creación de una Agencia de Garantía de Depósitos solo después de la quiebra de algunos bancos importantes, la sorpresiva imposición de un feriado bancario, el congelamiento de activos, etc.—y se veía la dolarización en ese contexto como una intervención más.

El 9 de enero de 2000, el entonces Presidente de Ecuador Jamil Mahuad hizo una aparición en la televisión nacional para declarar su intención de abandonar el sucre y dolarizar la economía ecuatoriana. La recepción popular del anuncio fue poderosa y negativa, por lo que al cabo de dos semanas, una alianza de grupos indígenas, militares, entre otros revocaron el mandato de Mahuad por medio de un levantamiento popular. El plan de dolarización sin embargo siguió en pie.

Hoy la controversia de la dolarización aparece cada año, donde los comentaristas y periodistas discuten sobre la importancia de la soberanía monetaria y los efectos del régimen monetario actual. Pero en líneas generales, la dolarización no está sujeta a un debate público. La mayoría de los ecuatorianos aceptan al dólar como moneda oficial y prefieren la dolarización a la inestabilidad que imaginan que un intento de re-implementar una moneda nacional o regional conllevaría. De hecho, se habla de la dolarización haciendo eco de las narrativas clásicas del dinero y la modernización: el dólar—como equivalente general—parece proveer una medida singular y fija que homogeneiza el valor del mundo objetivo y de este modo fomenta estabilidad, previsibilidad y seguridad. ¿Cómo podemos entender esta contradicción entre la resistencia inicial que la dolarización ocasionó y la percepción actual de que el dólar es, en las palabras de sus usuarios ecuatorianos, “una moneda de confianza”?

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La capacidad del dólar de funcionar como patrón o estándar de valor estable dependía centralmente de la tasa de cambio que el Banco Central utilizó para convertir las cuentas denominadas en sucres a dólares y para comprar los billetes de sucres que circulaban en la economía ecuatoriana. Es decir, el tipo de cambio—la relación de proporción que define la diferencia entre el valor del sucre y el valor del dólar y fija cuántas unidades del primero se necesitan para igualar una unidad del segundo—fue una tecnología central para la conversión. A través de una tasa fija, el dólar podía estandarizar los precios y estabilizar su propio valor.

Durante la crisis financiera, la tasa de cambio entre el sucre y el dólar fluctuaba continuamente y a veces violentamente. La tasa de cambio se transformó rápidamente en un índice importante, un “número público,” en palabras de Federico Neiburg (2008). La gente ponía atención cotidianamente a sus movimientos. Los periódicos publicaban sus fluctuaciones diarias, los bancos mostraban el número cambiante en pantallas para las personas que esperaban en las filas y la gente observaba mientras sus ahorros perdían valor frente a sus narices. El número era una carga moral y política.

Una foto circulaba en los periódicos después del anuncio de Mahuad junto a las imágenes de las manifestaciones frente a los bancos, las lágrimas y los gritos de la gente. Esta foto (que se reproduce al inicio de este post) muestra un niño pasando al lado de una pared de piedra del tipo que se encuentra en el centro histórico de Quito. En la pared alguien ha escrito en pintura negra de aerosol el tipo de cambio sucre-dólar: 25.000:1. La primera vez que vi la foto fue cuando estaba revisando algunos documentos del periodo de la dolarización con un amigo. Encontramos las cajas polvorientas bajo un estante y nos sentamos para examinar juntos los artículos, recortes, cartas e imágenes. La he visto otras veces desde entonces; se puede ver por ejemplo en el sitio web de un proyecto (financiado en parte por el Ministerio de Cultura) que pretende documentar testimonios y experiencias de la crisis. Pero me impresionó la respuesta de mi amigo cuando la foto apareció entre la pila de papeles. “Imagínate,” me dijo, como si estuviera acordándose. “¡Veinticinco mil!” Es una reacción que he observado tantas veces: Aunque el sucre se había devaluado continuamente sobre todo desde la segunda mitad de la década de los 90, y cayó cada vez más rápidamente durante los años 1998 y 1999, el tipo de cambio oficial les agarró a muchos ecuatorianos desprevenidos. Hoy en día la mención de la tasa de cambio les deja todavía atónitos y sobrecogidos.

Este número hoy es un vehículo de la memoria. Pero trae recuerdos de la crisis, la sorpresa y el golpe del cambio monetario. Ofrece entonces una herramienta para interrumpir las historias del triunfo del dólar. En conversaciones cotidianas, el número 25.000 suele evocar un tipo de pensamiento conspiratorio. Muchos ecuatorianos me expresaban que no entienden la lógica de la tasa de cambio: ¿Por qué 25.000:1? Después de un año de decisiones opacas, enigmáticas, y desconcertantes tomadas por funcionarios estatales frente la crisis financiera, muchos ecuatorianos se preguntaban si la decisión de fijar la tasa de cambio no fue el resultado de algún tipo de colusión entre el gobierno, los bancos y las élites. En conversaciones con mis interlocutores, la incredulidad iba unida al escepticismo y la desconfianza. Me preguntaban, con ojos entrecerrados, cómo exactamente los técnicos se decidieron a fijar los 25.000. Los cálculos del Banco Central para estimar los cambios del valor proporcional del sucre parecían impenetrables.

Yo, cuando vi la foto, mi pregunta fue qué significaba el cero extra, entre el 25 y los 000 que marcan el millar. Parece una confusión sobre la cifra exacta de la tasa de cambio. ¿Qué fue? ¿Un error y un intento de corregirlo? ¿Una broma extraña? No se sabe. Mi sugerencia es que refleja una verdad significativa sobre la posición cultural de la tasa de cambio para la memoria social compartida de la dolarización en Ecuador. Lo importante, sostengo, es la calidad de la cantidad.

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En el Museo Numismático de Ecuador, se puede encontrar una manera similar de materializar y conmemorar la dolarización y especialmente la diferencia entre el valor del sucre y él del dólar. En el Museo, ubicado en el viejo Banco Central en el centro histórico de Quito, los visitantes hacen un recorrido a lo largo de cuartos dedicados a la historia monetaria del país, ilustrada con artefactos precolombinos como las conchas Spondylus (la cuales funcionaban como “proto-monedas”), monedas coloniales y republicanas, notas promisorias o pagarés y billetes, dioramas del proceso de acuñar monedas durante el siglo 19 y un acuñador gigante adentro de una cámara acorazada. El tour termina con una explicación de la crisis de la década de los noventa y “la desaparición del sucre.” Antes de salir los visitantes pasan por una caja grande de cristal. Está llena de sucres.

P1030362 (1)
Se puede ver un espectáculo cuantitativo similar en una obra del artista ecuatoriano Juan Pablo Ordoñez. Originalmente realizado en Cuenca en junio 1999, justo en medio de la crisis, y re-creado en el Centro de Arte Contemporáneo en Quito, la obra consiste en una pared blanca llenada desde el piso hasta el techo de impresiones, simétricamente espaciadas, de monedas individuales de un sucre. En la instalación original, Ordoñez añadió y eliminó impresiones individuales durante una semana según las fluctuaciones de la tasa de cambio, que variaba entre 12.000 y 25.000 sucres/dólar. Con esto, la obra intentaba visibilizar tanto la inestabilidad como la caída rápida del valor del sucre.

P1030364 (1)El tema de ambas exposiciones es la cantidad. Cada una nos presenta con la presencia física o visual de una colección, un montón y una pila de monedas. El objetivo es expresar la magnitud y el alcance del cambio monetario. Como el grafiti del tipo de cambio, el número o el tamaño sirve como evidencia de la severidad de la crisis, la dolarización y la pérdida que las acompañó. Pero las exposiciones pretenden exhibir no solo la diferencia proporcional entre el valor del dólar y el valor del sucre, sino también la cantidad en sí.

La cantidad nos conmueve no debido a su lugar en una escala o razón contable, sino al transformarse en cualidad, una magnitud absoluta. La cantidad se convierte en cualidad cuando es demasiado grande para contabilizarse, cuando ya contar no importa. Cuando se rinde cuentas de la dolarización lo que resulta es una cifra cualitativa, al margen de la numeración y el cálculo aritmético, o una masa de monedas, la pérdida y el cambio parecen incontables(1). Por eso, no importa el cero extra en el grafiti, porque cuando el punto es simplemente demostrar la magnitud del número, la cualidad de la cantidad, ¿por qué no añadir otro cero?(2)

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Me interesan las vidas posteriores del tipo de cambio. Hay otra historia sobre su función tecnosocial en la transición de un régimen monetario a otro. Como una entidad contable, la tasa de cambio es una medida de valor (precios de bienes, servicios, y monedas) y su propósito es generar estabilidad. Pero como una cualidad incontable—como se ejemplifica por las masas de monedas y la manera en que los ecuatorianos se refieren al número 25.000—el tipo de cambio es un aparato de la memoria. El tipo de cambio funciona como un recordatorio no del éxito macroeconómico total de la dolarización—la inevitable sustitución de una moneda “débil” por una moneda “fuerte” o “de propósito general”—pero del shock y del golpe de la crisis y el cambio monetario y sus reverberaciones. Neiburg (2008) dice que las crisis monetarias ponen “en evidencia el carácter convencional del dinero” y ocasionan discusiones que engendran la “desnaturalización pública del valor de la moneda.” El tipo de cambio, la proporción 25.000:1, es un índice de esa problemática social y política del valor del dinero: el uso cotidiano del dinero como instrumento social y como símbolo de la relación entre sus usuarios y el Estado que lo emite y valida.

Taylor Nelms

Muchas gracias a Lourdes Aguas por su ayuda en revisar la traducción de este post.”

Notas

(1) Hay algunos que hablan de hoards, reservas, o colecciones de dinero—por ejemplo, Graeber 2001 y Peebles 2008.

(2) Sería interesante considerar este caso con el argumento de Callon y Law (2005) sobre el llamado “qualculation,” un híbrido del cálculo y el juicio.

Referencias

Akin, David, and Joel Robbins (1999). Money and Modernity: State and Local Currencies in Melanesia. Pittsburgh: University of Pittsburgh Press.

Bohannan, Paul (1959). The Impact of Money on an African Subsistence Economy. The Journal of Economic History 19(4): 491-503.

Callon, Michel, and John Law (2005). On Qualculation, Agency, and Otherness. Environment and Planning D: Society and Space 23(5): 717-733.

Frisby, David (2004). Introduction to the Translation. En Philosophy of Money. Por Georg Simmel. New York: Routledge. 1-50.

Graeber, David (2001). Toward an Anthropological Theory of Value: The False Coin of Our Own Dreams. New York: Palgrave.

Guyer, Jane (2004). Marginal Gains: Monetary Transactions in Atlantic Africa. Chicago: University of Chicago Press.

Guyer, Jane (2011). Soft Currencies, Cash Economies, New Monies: Past and Present. PNAS 109(7): 2214-2221.

Holbraad, Martin (2005). Expending Multiplicity: Money in Cuban Ifá Cults. Journal of the Royal Anthropological Institute 11: 231-254.

Maurer, Bill (2006). The Anthropology of Money. Annual Review of Anthropology 35: 15-36.

Neiburg, Federico (2008). Inflación, Monedas Enfermas y Números Públicos. Revista Crítica en Desarrollo 2: 93-128.

Peebles, Gustav (2008). Inverting the Panopticon: Money and the Nationalization of the Future. Public Culture 20(2): 233-265.

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  • By Feliz 2014 | Estudios de la Economía on January 6, 2014 at 11:21 pm

    […] económica; felicidad y racionalidad; mercados ilegales; estadísticas económicas, números y sus representaciones; biólogos y mercados, etnografía e informantes muy reflexivos. Informes de lecturas sobre […]

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