Taylor Nelms reseña y discute “Las sospechas del dinero” de Ariel Wilkis

Portada Sospechas del Dinero[La categoría “debate” es una sección dedicada a discutir a partir de libros publicados por los contribuidores de Estudios de la Economía. En este post Taylor Nelms comenta Las Sospechas del Dinero: Moral y Economía en la Vida Popular de Ariel Wilkis (Paidos 2013). El debate a partir de este libro seguirá en unas semanas con un comentario de Felipe González y una respuesta a González y a Nelms por Ariel Wilkis. Un año atrás, Pablo Figueiro publicó esta muy completa reseña de Las Sospechas del Dinero que podrá servir como ayuda para quienes no han leído el libro aun]

Para empezar, quiero agradecer a José por la oportunidad de leer y ofrecer mis comentarios sobre el nuevo libro de Ariel Wilkis, y a Ariel por someterse a ellos. Espero que la conversación que surja de ellos resulte útil y fructífera.

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En su libro Las Sospechas del Dinero: Moral y Economía en la Vida Popular, Ariel Wilkis culmina su recorrido sobre los usos que hacen del dinero los habitantes de los barrios populares del Gran Buenos Aires con una negación y una admisión: que su libro “se encuentra lejos de añorar el viejo lenguaje de las ciencias sociales latinoamericanas,” aunque tampoco pretende “abandonar la historia de sus interrogantes y de sus apuestas” (175). De hecho, más allá de la forma innovadora en la cual el autor aborda la temática, hay algo gratamente, inesperadamente, tradicional en su investigación: su compromiso con el holismo sociológico.

Históricamente, la premisa holista de la sociología ha estado acompañada de una suposición sobre la naturaleza orgánica de la sociedad: su unidad, orden, y coherencia fundamental. En contra de esta idea, Marilyn Strathern (1999:7-8) ha sugerido que recurrir a un holismo analítico (en lugar de un holismo ontológico o metafísico) puede tener importantes efectos metodológicos. En efecto, tal perspectiva autoriza la curiosidad, dado que, bajo parámetros holísticos, cualquier pieza de información, cualquier hecho, cualquier revelación empírica podría resultar pertinente. Además, esta actitud permite al investigador dar lugar a temas, problemas, e intereses de otros actores que pudieran surgir durante la realización de su trabajo de campo.

En la travesía a lo largo de múltiples escenarios y encuentros monetarios que recorre el libro—los cuales abarcan desde el rol del dinero en la política y la religión hasta los presupuestos y las disputas familiares acerca del dinero de los habitantes de los sectores populares—Wilkis resalta permanentemente las voces de sus interlocutores. En su obra, aparecen los cartoneros de La Matanza, que se niegan a pedir caridad, porque saben que dar el dinero implica tanto “la autoridad de juzgar como de condenar” (52). También, la voz de Luis Salcedo, líder populista en el barrio Villa Olimpia, cuyos seguidores no ven necesariamente el sueldo o pago político como un acto de corrupción sino como una expresión del “cumplimiento de las obligaciones mutuas” y como una manera de medir y calibrar su participación en la red política del barrio, de la ciudad, y de la nación (76). Y luego, el relato del padre Suárez, cuyo surgimiento como líder religioso de Villa Olimpia, paralelo al de Salcedo, desató una lucha por el uso moral del dinero en la comunidad. También surgen las opiniones de Marga, a quien le gusta enfatizar que la fuente de su ganancia es su esfuerzo y dedicación; la del loco Peralta, que busca legitimar su dinero ganado por vender bienes robados; y la de Mario, empleado de una subsidiaria del Banco Azteca, que visita a los hogares de clientes para evaluar su capacidad crediticia e insiste en que “la gente pobre es la que más cumple” (167). Y, sobre todo, la voz de Mary, que nos acompaña a lo largo de la obra como una guía permanente, cuyos comentarios sobre las transacciones monetarias con sus familiares y vecinos iluminan la complejidad de las formas y usos del dinero en el mundo popular y los conflictos morales que éste provoca. Hay decenas de otros relatos en el libro cuyo resultado es etnográficamente muy rico. Está repleto de voces individuales gracias a las cuales interlocutores (como Mary) dirigen nuestra mirada dentro de un mundo social que no se muestra fraccionado ni dividido en dominios separados (lo religioso, lo político, lo económico, o lo familiar). Por el contrario, este mundo emerge ante los lectores como un mundo conectado por transacciones mediadas por el dinero. En este sentido, uno de los aciertos del libro es superar, como bien señala Wilkis, el desajuste que existe entre la continuidad real de la vida de personas como Mary, que transitan por el mundo de la política, de la religión, de la familia, y de la economía […] y la discontinuidad que suelen presentar los análisis a nivel teórico (174).

El esfuerzo de Wilkis por unir las “piezas” de este rompecabezas sobre el lugar del dinero en la vida popular supone así un desafío, no sólo para una sociología dividida en áreas de expertise, sino también para las formas típicas de entender el dinero mismo. La visión común del dinero, tanto en el discurso académico como en el público, es, en palabras del autor, algo sospechoso que amenaza con destruir, disolver, o fraccionar lo social. Por el contrario, Wilkis considera que el dinero debe ser visto como un hecho social total, un medio a través del cual se crea y se expresa la vida colectiva. Como consecuencia, este libro revela otro aspecto del dinero: su capacidad de servir como una infraestructura social, un sistema distribuido que facilita la circulación de valores morales y un recurso para la construcción de un mundo compartido.

El autor relaciona la representación negativa del “dinero sospechoso” con los debates acerca del rol del dinero en las clases populares y señala que, en el mundo popular, el dinero suele invitar al juicio moral, provocando sospechas sobre su origen, sus usos, y los cambios que incita en la vida de las personas. “Bajo la forma de litigios morales, el dinero presupone una lucha simbólica sobre el mundo popular,” escribe Wilkis (122). Como respuesta ante esta situación, propone utilizar el concepto del capital moral para iluminar la importancia de las evaluaciones morales en las transacciones monetarias populares y sus efectos: legitimar jerarquías y desigualdades. Así, siguiendo la tradición de Mauss, Simmel, y Zelizer, Wilkis se detiene sobre el lugar del dinero como “transporte de virtudes y valores morales” que conecta, desconecta, y al final permite dibujar un orden social dentro del cual el dinero asume varias caras: el dinero donado, militado, sacrificado, ganado, cuidado, y prestado (28). Sin embargo, al enfatizar estos aspectos del dinero, el autor no se propone duplicar las divisiones al interior de las ciencias sociales ni identificar nuevas funciones del dinero, como suelen hacer los capítulos introductorios de los textos de economía que definen al dinero como medio de pago, unidad de cuenta, y reserva de valor, por ejemplo. Por el contrario, su intención es mostrar la pluralidad de registros morales que coexisten y están interconectados a través del dinero y mediante los cuales se evalúan cosas y personas. Para Wilkis, aunque la presencia del dinero en la política, la religión, o la familia suele evocar sospechas, una persona que es impugnada bajo un régimen ético-monetario (por ejemplo como un agente político que recibe su sueldo) puede ser valorada positivamente según los principios de otro régimen (como un trabajador dedicado a ganar su vida honestamente).

La importancia del capital moral en la vida de los actores de los sectores populares se vuelve evidente en el capítulo final del libro que trata acerca del dinero prestado. En él, Wilkis explora “la centralidad del capital moral como garantía en el endeudamiento popular” (147). En el contexto de una economía popular cada vez más financiarizada, Wilkis recurre a fuentes heterogéneas, como encuestas, entrevistas, diarios financieros, presupuestos familiares, etc., para documentar la enorme variedad de formas que adquiere la deuda, lo cual, a su vez, da lugar a una gran diversidad de prácticas de cálculo. Esta diversidad torna difícil seguir manteniendo la imagen común del crédito al consumo. Las familias que Wilkis estudia no sólo usan el crédito para invertir en un negocio, facilitar una compra, o cubrir un déficit, sino que, para ellos, el crédito es también una forma de aspirar y acceder a un “buen vivir” (156). Sin embargo, en este mismo proceso, el deudor resulta “encuentado,” como bien le señala al autor uno de sus interlocutores (155). Es decir que, aunque el capital moral pueda ser el “pasaporte” hacia el  mundo financiero popular, los actores señalan que, de las cuentas, “nunca salís” (168, 154).

A través de toda su obra, y en un mundo en el que estamos familiarizados con la visión de una economía marginalizada basada en la confianza, Ariel Wilkis nos enseña el otro lado del capital moral y la otra cara (maussiana) de la moneda: él de la obligación y el conflicto. Muchos de los conflictos relatados en este libro emergen de luchas acerca de cómo dirigir los flujos del dinero y, en particular, de cuáles son los momentos en que los flujos deberían estar canalizados hacia el gasto individual o sometidos al manejo colectivo. Como sabemos, gracias a la ya conocida contribución de Bloch y Parry (1989), el gasto colectivo suele asociarse con la reproducción social y con una temporalidad de larga duración, mientras que el individual está generalmente asociado con transacciones de corto plazo que frecuentemente son denigradas por corruptas. Esta regla general se vuelve evidente en el capítulo cinco del libro, acerca del dinero cuidado. En él, Wilkis describe cómo las transacciones monetarias dentro del hogar inculcan valores y expectativas, especialmente de género. Allí, el autor se detiene sobre un conflicto entre Mary y sus hijos acerca del uso de sus respectivos ingresos: Mary reclama que sus hijos no contribuyen al presupuesto familiar y prefieren gastar su dinero en ellos mismos, mientras que los ingresos de ella necesariamente “se mutualizaban,” convirtiéndose en el dinero del hogar (130). A partir de esta situación, Wilkis nos anima a preguntarnos: ¿Cuándo el dinero se hace un recurso colectivo? y ¿A quién se beneficia en este proceso?

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Una amplia gama de otras preguntas y trayectorias de investigación surgen de la lectura de Las Sospechas del Dinero. Sin embargo, por razones de espacio, es imposible señalarlas a todas aquí, por lo que, para finalizar esta reseña, voy a ofrecer sólo cuatro de ellas:

1) Quiero señalar que, en el capítulo cinco, cuando el autor relata el desacuerdo entre Mary y sus hijos, el problema de fondo no es otro que el de la conversión entre el dinero ganado y el dinero cuidado. A partir de esta situación cabe preguntarse: ¿son posibles otros tipos de conversión? Por ejemplo, ¿se puede convertir el dinero donado o el dinero cuidado en dinero militado? ¿Cómo ocurriría? ¿Qué conflictos y tensiones resultarían?

2) La cuestión de la conversión trata, en definitiva, como bien han sugerido Bloch y Parry, acerca de las diferentes temporalidades de los regímenes monetarios. En este sentido, es interesante reflexionar acerca de la imagen de “cuidar” el dinero, la labor de hacerlo durar y persistir. En este caso, podemos preguntarnos: ¿Cuándo y bajo qué condiciones adquiere velocidad el dinero, es decir, se acelera? ¿Y cuándo se frena y desacelera?

3) Queda latente una pregunta acerca de las formas materiales del dinero, como pueden ser los instrumentos de la contabilidad, las herramientas de pago, las tecnologías del ahorro. ¿Podríamos acaso dirigir nuestra atención a las culturas materiales del dinero? Por ejemplo, ¿hay diferencias entre la forma ideal del dinero prestado y el dinero cuidado? ¿Los habitantes de los barrios populares prefieren los billetes o las monedas, el efectivo o los cheques, los dólares o los pesos, un metal precioso o una moneda de curso legal? Y si se usan diferentes tipos de dinero, ¿producen efectos pragmáticos sobre cómo se utilizan? ¿O revelan algo interesante sobre las ideologías políticas y sociales del dinero de los argentinos?

4) Finalmente, tengo una pregunta sobre lo que queda fuera del marco metodológico de Wilkis. Guiado por Zelizer y por sus interlocutores, Wiklis fija su análisis en los circuitos de “la micropolítica monetaria” (130). Pero sabemos muy poco sobre la política de su emisión—es decir, sobre uno de los problemas más importantes para los debates políticos económicos sobre el dinero: ¿Qué es el papel del Estado no sólo en la creación sino la gobernación de la circulación del dinero? Wilkis nos muestra como el dinero mismo se vuelve un tipo de infraestructura social en las vidas diarias de la gente de Villa Olimpia, un vehículo socio-material para la transmisión de valores y virtudes morales. Pero ¿qué son las infraestructuras—los regímenes legales, las políticas fiscales y monetarias, los sistemas técnicos, etc.—que dan forma al dinero y que reglamentan sus flujos?

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Con el énfasis puesto en la relación entre lo moral y lo económico, Wilkis logra poner nuevamente el dinero en el centro del análisis social, pero no simplemente como un objeto de crítica sino como un objeto de investigación empírica. En este proceso, una de las grandes virtudes del autor es desestabilizar tanto lo moral como lo económico para dejar planteado que “la asociación de economía y moral no se presenta como una fórmula sino como un enigma” (168). Este enigma no ha acabado todavía de resolverse, ni de ofrecernos nuevos y atractivos  trayectos para seguir haciendo preguntas y buscando explicaciones.

Taylor Nelms

Muchas gracias a Guadalupe Moreno por sus comentarios sobre un borrador de este post y por su ayuda en revisar y editar la versión final.

Referencias

Strathern, Marilyn (1999). The ethnographic effect I. In Property, substance, and effect: Anthropological essays on persons and things. London & New Brunswick, NJ: The Athlone Press, 1-26.

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